El año 2017 fue el año más significativo de toda mi vida, sobre todo en cuanto a los símbolos del espíritu. Luego de haber vivido una larga temporada en Irlanda, me decidí a soltar las riendas y a fluir con el curso que los dioses habían puesto en mi destino. España, Alemania, y de pronto, Suiza. Ahí estaba Gabriel, caminando por las calles de Zürich, en búsqueda de la morada de un viejo amigo, donde pasaría una interesante y cultural estadía. Tras el paso de unos días advertí mi cercanía con las tierras del maestro Carl Jung, me refiero a Küsnacht y Bollinger, tierras que vieron nacer, desarrollarse y trascender la obra del hombre que tanto entregó a la ciencia del alma, la psicología. Me hice de una bicicleta y me fui a Küsnacht. Luego de haber pedaleado un par de horas llegué al pequeño pueblo con el objetivo de encontrar la tumba del maestro. Preguntando a los lugareños di con la iglesia que solía asistir Jung y en la cual se llevaron a cabo sus funerales. Crucé el pórtico del templo. Estaba solo y una mística de símbolos, formas y presencias incorpóreas se hicieron de mis momentos. Medité. Más tarde, fui al cementerio del pueblo, donde yacen los restos del maestro. Vagué dos cuartos de horas por los jardines del lugar, mientras las brisas de un viento gélido se hacían de mí paso, algo tímido, circunspecto. De repente me quedé detenido frente a una tumba de la cual pude distinguir la palabra «Jung» como si fuese un faro en medio de la noche. Me senté, contemplé, oré, reflexioné, para finalmente agradecer. Más tarde encontré la tumba de su gran discípula, MarieLouise von Franz, quien tanto contribuyó a la psicología analítica a través del simbolismo de los cuentos de hadas, arquetipos, etc.

Mi espíritu se había sumergido en emociones tan complejas tras haber vivenciado el encuentro espiritual con estos personajes tan complejos e enriquecedores en materias del Alma. Más tarde visité el Carl Gustav Jung Institute, casa de estudios fundada por el propio Jung. Al ingresar me enteré a través de la secretaria que justo al día siguiente comenzaba un ciclo formativo en inglés -el cual se da sólo dos veces al año. No olvidemos que en esta región de Suiza predomina el Alemán-. Aquí tuve el placer de estudiar y educarme con eminencias en materias de Psicología Analítica Junguiana. Por otra parte, mis compañeros de clases constituían una exquisitez de humanidad, tan compleja y con una mixtura realmente interesante; médicos, psicólogos, siquiatras, artistas, sacerdotes, entre otros, compartimos tiempo y espacio allí. Fueron pasando los días hasta que llegó el cierre, el cual tuvo lugar justo el noveno día del mes de noviembre, el que además, coincidía con mi cumpleaños y también, con la celebración del día del psicólogo… ¿Sincronicidad? La última sesión trabajamos el arquetipo del Espíritu y el simbolismo del «sabio» (en su forma del viejo, el ermitaño, el mago, etc.) Fue un culmine fascinante y, que dejaba una puerta abierta para mí, una que me llevaba hacia el mundo de la magia espiritual.

No quise devolverme a Zürich sin antes visitar la construcción física por excelencia del maestro Jung, me refiero a la Torre de Bollinger, una construcción la cual edificó con sus propias manos y, donde habrían tenido lugar los fenómenos psicológicos y parapsicológicos más intrigantes de la historia del psiquiatra y psicólogo de la psicología profunda. Fue una locura, no sé en qué momento pensé que podría alcanzar a llegar, pero lo hice. Luego de casi 4 horas de pedalear, contra vientos furiosos, y tras haber cruzado numerosas colinas y pueblos, campos y valles, llegué entonces a la morada de Carl Jung. Allí sentí su espíritu con una fuerza que no podría explicar en ningún idioma que no fuese el idioma del alma. Vagué a través de sus rincones, senderos, de sus árboles, por la orilla del lago, me senté a fumar en pipa donde él solía sentarse a fumar en pipa. Con mucha humildad y contemplación me entregué a la experiencia numinosa de estar allí en el día de mi cumpleaños… día el cual jamás olvidaré. Finalmente advertí la presencia de un atardecer rojizo que caía suave, agradable; mientras al otro lado del lago una majestuosa niebla comenzaba a desenredarse de los misterios del bosque, para más tarde, nadar en las aguas del lago, acercándose cada vez más a las orillas de la Torre de Bollinger donde estaba yo, y fue en ese momento cuando comencé a escuchar la voz de Jung, tal como alguna vez se manifestó en mis sueños, invitándome a cruzar los velos de la mente, con osadía y espíritu… porque los fenómenos mentales son tan importantes como los fenómenos del mundo interior… allá afuera hay hechos, acá adentro también.